Recuerdo el día en que mi padre volvió a casa con un disgusto... Había perdido la mitad de sus ahorros en una inversión que le recomendó su primo. Desde ese día, el tema inversión es un tema tabú.
Pero hace unos años Miguel y yo decidimos quitarnos los prejuicios y estudiar el tema. Los niños eran pequeños, en el trabajo nos iba bien y teníamos acumulados unos ahorrillos. Tampoco sabíamos muy bien qué hacer con ellos, pero teníamos claro que no los queríamos ni gastar ni ponerlos en cualquier sitio.
Total, que dijimos: “Vamos a ver en qué consiste esto de invertir”. Y buscamos información por internet. Lo que vimos primero es que invertir siempre supone un riesgo.
Y cuanto más quieras ganar, más peligro hay de que pierdas. Pero diversificando e invirtiendo a largo plazo minimizas el riesgo.
También estábamos contentos de saber que estábamos actuando bien, que estábamos invirtiendo ahorros que no necesitábamos para vivir. Porque, claro, si inviertes dinero que necesitas en un futuro próximo, es mala idea.
Luego fuimos al gestor de nuestro banco. Le dijimos la cantidad que queríamos invertir y él nos informó de las distintas posibilidades que teníamos y de las distintas opciones. Siempre tuvimos nosotros la última palabra. Al fin y al cabo, son nuestros ahorros y también es nuestra responsabilidad.
Piensa que, antes de invertir, lo importante es que tengas claro: cuáles son tus objetivos, con qué dinero cuentas y cuánto riesgo estás dispuesto a asumir.
Teníamos claro que queríamos invertir a largo plazo con dos objetivos: financiar la educación de nuestros hijos y complementar nuestra jubilación.
Si tuviéramos todo nuestro dinero en un mismo sitio, ¿qué pasaría si fuera mal? Es que no me lo quiero ni imaginar… Dormimos tranquilos con nuestra inversión. Y además, con la felicidad de saber que nuestros ahorros están trabajando para que nuestros hijos tengan un futuro mejor.